El otoño parece una época de tristeza y de cambios; parece que todo lo bueno se ha acabado el día en el te pones por primera vez la chaqueta tras mucho tiempo. Ya no ves la vida con los mismos ojos, igual que tampoco la ves con los mismo colores: si antes todo era luz, ahora parece que algo la cubre, como cubren las hojas el suelo por el que pisas para seguir el nuevo camino de la rutina… lejos de esas noches de locura estival en las podría pasar cualquier cosa.
En otoño estás en una nube mientras te acostumbras a dejar atrás lo vivido, al tiempo que bajan las temperaturas cada día más y ves a alguien decir en la televisión que mañana habrá niebla y esta vez fuera de tu cabeza, porque parece que estás tardando en acostumbrarte a madrugar, a las prisas, a coger un lápiz o un bolígrafo, porque también parece que ahs olvidado que los trabajos se presentan en bolígrafo… y es que si has escrito algo en los últimos meses eres de los pocos afortunados que recuerdan cómo se hacía tal cosa.
El primer día no lo consideras una vuelta la rutina; el segundo tampoco, y una semana después sigues sin sentir nada aparte de extrañeza. Después va pasando el tiempo y un día te sorprendes a ti mismo contando los días que faltan para navidad, aunque…, si los piensas bien, tampoco quieres que el tiempo viaje tan rápido si no es hacia atrás.
¿Qué tendrá el verano para ser capaz de cambiarnos tanto? ¿No nos acostumbramos a este cambio después de tantos años sufriéndolo? Entonces nos acordamos de una noche con aquel y con aquella en ese lugar; de fondo suena esa canción en concreto; esa que,por malos recuerdos, juraste no volver a bailar, pero jamás hay que decir “de este agua no beberé” porque luego te entra sed…
Melancolía llaman a este sentimiento tan raro, a este vacío que llevas por dentro. Pero no te preocupes, pasará el tiempo y no duele (o eso creo, a mí me lo han dicho por ahí)
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