¿Vamos muy deprisa?

 El curso continúa, las clases se han retomado (aunque sea, de momento on line) y nuestros alumnos siguen trabajando.

Estos días, tras leer un artículo de Juan José Millás (Véase Un desastre, artículo de opinión de El País, 18 de diciembre de 2020), los chicos y chicas de 1º de Bachillerato han reflexionado sobre lo que significan las prisas, ir al ritmo de vida que vamos y cuánto de bueno nos trae esto.

Os dejo con una de las opiniones. La alumna Clara Sánchez nos muestra cómo ve ella este asunto:

Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay 



En verdad, si uno se pone a pensar, llega a la conclusión de que muchas cosas se han perdido debido al ritmo de vida que llevamos, a las inmensas prisas por ir a más, en vez de cuidar, proteger y darle suficiente valor a lo que tenemos.

Antes las cartas eran una forma de mostrar aprecio por la gente a la que se les enviaban. Era algo de lo que quedaba constancia ahí, escrito, sin opción de cambiarlo. Muy diferente a los mensajes de hoy en día que pueden borrarse o eliminarse con facilidad. Cuando alguien rebusca y encuentra esas cartas, esas evidencias de que sí que eran importantes para otras personas, es algo que evoca una grata sensación: releer y releer una y otra vez esas palabras que ya se dicen hasta de memoria.

Lo mismo ocurre con las fotografías, que pocas se guardan ya en papel; y el estar un buen rato mirándolas, tocándolas, resolviendo una especie de acertijo para ver quién era quién, hace que se reviva el momento que quedó plasmado ahí hace tiempo.

Todo eso se vive como las personas mayores recuerdan la guerra, con brillo en los ojos. Y si parte del pasado se rememora como algo trágico, el presente es inquietante.

La sociedad se empeña en avanzar pero, al fin y al cabo, muchas cosas vuelven. La moda, por ejemplo, con los pantalones de campana (iguales a los de hace años), las cazadoras de borreguillo o ese jersey parecido al que te hizo tu madre. Es como un ciclo que da vueltas y vueltas y cambia, pero la esencia permanece. Como si llegara el pasado vestido de presente.

Y es tanto que las tradiciones, las costumbres, todo lo que nos ha hecho ser quienes somos y el estar orgullosos de pertenecer a un lugar, eso que recuerda al tío, eso que hacía la abuela… están en peligro de extinción y puede que sean pérdidas irremplazables.

Porque la única verdad es que somos nuestros recuerdos.

Y es que, frente a todo esto, la gente tiene diversas opiniones: unos sí que apoyan el hecho de vivir cómodamente como vivimos ahora, prefieren tenerlo todo al alcance de la mano, pero otros, en cambio, se ven afectados gravemente por esta situación que estamos generando. ¿Qué pasa con los negocios? El consumo en internet está en su máximo apogeo y se están dejando de lado los mercados, las tiendas… incluso las oficinas y los bancos, pues todo es aprender con los aparatos que tenemos y una vez que se hace eso, en la mayoría de los casos, cada uno gestiona por su propia cuenta los problemas que le surgen. Sí, los repartidores a domicilio, por ejemplo, están en auge ahora pero, ¿qué es? ¿unos por otros? Debería haber más equidad y no abusar, sino igualar.

¿Qué pasa con los móviles? ¿Ese aparatito que nos acompaña hasta para ir a dormir? Pues aunque no nos demos cuenta, o aunque no nos convenga hacerlo, nos está quitando muchas cosas porque sí, es una ventaja y sirve de ayuda pero, ¿cuánta gente lleva un reloj puesto en la muñeca teniendo un móvil para poder ver la hora? Ya ni relojes se utilizan casi, y si es así, son inteligentes.

En comparación a cuando no se manejaban tanto estos dispositivos, se ha perdido libertad y privacidad. Esa que se tenía cuando no había que preocuparse por responder mensajes o por estar al día en redes sociales. Esa desconexión ya no vuelve, porque después de uno va otro y otro y es un no parar de adquirir productos de este calibre. Por el contrario, se ha ganado presión y responsabilidad.

¿Y qué pasa con el lápiz y el cuaderno? Como dicen las abuelas y los abuelos, se nos va a olvidar el escribir, pues ahora lo sustituyen el ruidito de las teclas del ordenador o la vibración en la pantalla de la tablet.

¿Y con los diccionarios? Como nos descuidemos, van a dejar de fabricarlos…

Con la obsesión de querer tenerlo todo al instante, se nos está escapando la vida, no la estamos disfrutando como debería ser.

¿Entonces qué? ¿Es verdad que la gente sí cambia? ¿O solo disimula muy bien? ¿Los años se notan? ¿Se percibe el peso de lo que estamos produciendo?

Para qué ir tan deprisa si una vez que pasa el tiempo, nada vuelve a ser como antes: los amigos, ese refugio frente a la fría soledad; las cenas familiares, ahora con un plato menos en la mesa; ¿sabes esa sensación que se produce cuando das un abrazo a una persona a la que no ves desde hace mucho tiempo? Simplemente… ESA sensación, porque hay abrazos que reinician; los besos, las ganas… el tiempo se escurre entre los dedos de las manos y muchas veces no regresa.

Deberíamos tener el constante pensamiento de que cada momento es único y que no se volverá a repetir nunca de la misma forma. Que cada instante es el último y que hay que exprimirlo hasta el final.

¿De verdad está uno dispuesto a tener que contar en un futuro que su infancia o adolescencia fue a modo de… le doy a este botón y lo tengo enseguida? ¿No sería más bonito poder contar que en vez de conseguir algo sentado en una silla fue la compañía y el recorrido que llevó hasta ello lo que de verdad mereció la pena? Vive una vida que puedas recordar, pero no desde el sofá, sino narrando las experiencias que se llevan a cabo.

Quizás sea hora de empezar a pasar por vicisitudes que sean de carácter positivo y pensar de vez en cuando qué está pasando y qué estamos haciendo. Las prisas no son buenas y se nos olvida que hace falta tomar aire y respirar.


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